Poesía barata y pensamientos al azar

¿Estuviste tomando limonada antes? No, no me respondas. Tu saliva me la da. Me encanta besarte. ¿Este es cuál? ¿El segundo o tercer beso que te doy? Dios, contigo pierdo el sentido del tiempo y espacio. 

Es difícil creer que ambos estemos acá, compartiendo un acto tan íntimo. Intercambiando alientos, con tus manos encima de mi pecho y las mías sobre tu cintura. Me muero por bajarlas un poco más pero conociéndote como te conozco, probablemente me golpearías y esto acabaría tan pronto como comenzó. No quiero que eso suceda. He estado esperando esto por tanto tiempo que me costaría todo mi control no volver a juntar nuestros cuerpos. 

Me estoy quedando sin oxigeno. Probablemente tu también y por eso te separas tan bruscamente. Tus bonitos ojos siguen cerrados, no pronuncias ni una palabra. Y quiero saber el por qué. 

Silencio. Mucho silencio. Estoy bastante confundido. No sé si te alegras por lo que acaba de suceder o si me odias por forzar, en un principio, ese beso. Puede que haya malinterpretado tus gestos. 

De repente abres tus ojos y por un momento, antes de que los desviaras podría haber jurado que había excitación y confusión en ellos. 

Mi mirada se desliza por tu rostro, buscando tus ojos que se me niegan. Maldita sea, ¡mírame de una puta vez! Grito la orden en mi cabeza tratando de forzarte. Lástima que no me obedezcas. Quisiera tener la capacidad de zambullirme en tu mente para poder saber qué piensas, sientes y quieres. Sé que sería una mierda. Lo que más me gusta de vos es la intriga por tu próximo movimiento. Si yo pudiera meterme en tu mente, lo “nuestro” sería aburrido pero lo anterior no le quita el atractivo a querer poder hacerlo en este instante. 

―Háblame, maldita sea. Dime qué pasa ―camino de un lado a otro. No creo poder estar quieto ahora. Mis pies van de un lugar hacía otro sin que tenga que ordenárselos, parecen con vida propia. Las ventajas de estar tan alterado. 

―No vuelvas a besarme nunca más. Me das asco.

Tu dulce voz es como una puñalada trasera. Qué ironía que lo dijeras cuando te estoy dando la espalda. 

Tardo un par de momentos en tranquilizarme lo suficiente para poder decir algo y cuando lo hago mi voz sale extrañamente fría, consecuencia de haber recubierto mi corazón con tres capas de acero inoxidable, no sea que mis lágrimas, en solitario, pudran el interior. 

―¿Por qué, princesita? ¿Te da miedo el poder que puedo tener sobre ti? 

―Miedo, ¿yo? Estás hablando con la persona equivocada. No te temo y si vuelves a intentar algo parecido a esto yo… tú… 

―Él, ella, nosotros, vosotros, ellos. ¿Se me olvidó algún pronombre? ―Es raro que a veces nuestra mente pueda tomar el mando cuando el corazón se siente muerto. Por ejemplo, no creí que pudiera ironizar esta conversación cuando siento como si un autobús me estuviera aplastando el tórax. 

―Estúpido, no te me vuelvas a acercar o me las vas a pagar. 

―¿Y qué pasaría si eres tú la que se me acerca? ¿También te las voy a pagar? ―estoy más cerca tuyo de lo que recordaba. Mi cerebro me está jugando una muy enorme―. Siempre estás en mi camino. Cada vez que me doy la vuelta puedo verte. ¿Eres consciente de ello o es que tu cuerpo me busca sin que lo quieras? ―más y más cerca. Tanto que estoy a unos centímetros de tocarte―. ¿Es eso ―acerco mi rostro al tuyo―, mi culpa también? 

―Mentira. Yo nunca te buscaría. Suficiente tengo con los mosquitos que me persiguen como para agregar otro a la colección. 

Bang. Golpe duro al centro del hígado. Debería irme, dejarte acá para que sufras como yo lo hago pero no, quiero verte, estar contigo. Tengo esta pequeña ansia de seguirte, quererte junto a mí aunque me rompas un poco más por dentro cada vez que cedo. Soy un masoquista. Justo ahora, me gustan tus réplicas, me hacen sentir vivo, como con fuego corriendo por mis venas. 

―Pobre princesita. Mintiéndote a ti misma. Debería avergonzarte. ¿Tu dulce y linda hermanita no te enseñó que las mentiras son malas? 

―No metas a Lila en esto. ―Sabía que el mencionar a tu hermana te pondría así. Como una fiera con tus ojos reflejando esa sensación líquida que corre por mis venas y que a cada momento me enciende más―. Ella no tiene nada que ver. Esto es entre tú y yo. 

―¿Así que aceptas que algo pasa entre los dos? 

―Sí, claro. Te odio y al parecer te gusto. 

―Se te olvidó mencionar que también te odio y al parecer también te gusto. Ah-ah, no lo niegues. ―Estabas a punto de hacerlo y tal vez, sólo tal vez, pueda destruirme por completo escucharte decir “no es cierto” o alguna mierda así―. Acepta de una jodida vez que te gusto. Te mueres por besarme, por tocarme mil veces. Quieres estar conmigo.

Así como yo contigo. 

―Escúchate, tanto ego me hace preguntarme qué pasaría si te pincho con una aguja. ¿Explotarías o te desinflarías lentamente? ―a medida que estás hablando tu voz adquiere un tono más bajo, seductor. Me haces creer que disfrutarías poniendo en práctica tus palabras. 

Sádica. 

Y yo, masoquista. 

―Te estás yendo por la tangente. ¿Por qué no puedes aceptar que te atraigo? ¿Qué ésta energía brutal que te hace acercarte a mí es algo real? Dime la verdad, ¿quieres intentar algo conmigo? 

Te quedas en silencio mucho tiempo, el suficiente para analizarte. Sé que estás pensado en mandarme a la mierda o tal vez no. Me confundes casi al punto del mareo. Parezco recién salido de un carrusel. 

De repente me ataca la duda, no quiero escuchar tu respuesta si no es un y, francamente, no pareces querer dármelo. Giro hacia la puerta dispuesto a irme porque si no es algo pasional no quiero nada contigo, una amistad no me es suficiente y nunca lo será. 

A un paso de la puerta escucho un murmullo, no entiendo qué dijiste. Me detengo y el silencio se hace más espeso. No voltees, no lo hagas. No, no lo haré. Abro la puerta bruscamente y salgo del cuarto con la sensación de que mi corazón fue arrancado de mi pecho, masticado por un lobo, pisoteado por un tanque y devuelto a mí hecho pedazos sin darme cuenta que tu respuesta había sido un simple “sí”.