Más de dos meses sin poner mis pensamientos en papel (o en Word, ni sé, la verdad). Aunque soy reservada hasta para ponerlos por escrito, y sabiendo que sólo yo los leeré, me hizo falta. Y no es sino hasta hoy que me doy cuenta. Hay tanto por pensar y tanto por escribir que no sé ni por dónde empezar. Supongo que el ser tan introvertida no ayuda en mucho.
Aún no he empezado a estudiar y me siento sola. Hay personas a mí alrededor pero con ninguna hablo. Las conversaciones fluyen por el aire y por más que lo intento no les encuentro sentido. Son vacías. O no. Tal vez sea que yo no esté en ninguna lo que me hace pensar en eso.
Duele bastante sentirse solo y no encontrar la manera de no sentirlo. Me abruma pensar que todos los demás tienen con quien hablar, confesarse, y yo acá sin nadie a quien decirle “hola”.
¿Será que no soy interesante? No llamo la atención de nadie, ni siquiera para saber quién soy. Eso a veces me da miedo. El pensar que no voy a encontrar a alguien que me comprenda. A quien pueda decirle todo lo que siento por dentro sin temer que vaya a burlarse (por la espalda, porque eso siempre hacen), o ponga cara de interés cuando no es así.
Por ahí me dijeron que la gente me aguanta y luego rajan cuando creen que no los escucho. ¿Así de fastidiosa, repugnante, horripilante soy? ¿Qué tengo que hacer para que alguien me vea? Duele, maldita sea. Cómo duele saberse en esta soledad impuesta por estúpidos ciegos que no se dan cuenta de lo valiosos que son esos seres a los que pasan por encima. Cómo duele saber eso y sentirse impotente porque no va a cambiar. Cómo duele el pensar que si te vas a nadie le va a importar.
Y no es que lo sepas, porque puede que no sea cierto. Pero eso sólo se sabrá cuando faltes. Pero a ti te falta el valor para desaparecer de este mundo. Y no es porque pienses que la gente te va a recordar, es por la posibilidad de que no lo hagan.
Cobarde, sí.
Tanto por temer el futuro como por no poder cambiar el presente.
Y pensar que alguna vez alguien me llamó valiente.