Los gritos en mi cabeza, esos que no me dejan pensar, son cada vez más frecuentes. Los debates internos me reducen a un montón de porquería deprimida. Las lágrimas y la determinación son las que hacen que esto sea posible.
En la noche, cuando mi boli se junta con el papel encuentro un chaleco salvavidas; la manera más eficaz de vomitar mi alma y unir los pedacitos restantes en unas cuantas líneas coherentes; el consuelo de que el papel no me dicta qué escribir, lo hago yo.