Inútil es mi nuevo segundo nombre, olvidémonos de Cristina. Inútil es mi estado perpetuo de ánimo y eso ni siquiera es una emoción. Así es cómo me siento, así es cómo soy, porque no importa que me esfuerce, nada rinde frutos. Lo intento, maldita sea sí lo intento pero no parece ser suficiente. No sé qué hace falta, qué necesito. Ni siquiera sé qué me pasa que antes todo era más simple y ahora no paso de mediocres.
¿Qué pasó con esa época donde todo eran sonrisas y «te quiero»? Donde no había temor al fracaso, donde todo estaba bien y no defraudabas a nadie.
Ahora todo son lágrimas y miedos y odios. El fracaso es pan de cada día y las palabras, en vez de sobrar, hacen falta.
Me asusta, me aterra mirarme en el espejo y preguntarme qué pasó, ¿en qué momento me convertí en esto que soy?
Duele saberse tonto e inferior al resto, porque los demás sí entienden, sí son capaces y vos no, Vos estás estancado en un punto donde no tenés nada y todo es borroso y nada es lo que parece y ni te salen las palabras, ni los demás te dicen «bú».
Vuelvo al principio: inútil, incapaz, ineficiente, inepto, idiota, imbécil y demás adjetivos negativos que empiezan con i que son estacas que se te clavan en el corazón y que nadie dice y que todos saben.
Y yo ya no sé qué más hacer y todo duele, cada respiración es un suplicio y el peso del deber se acrecenta y te toca el fondo del estómago y lo único que deseas es que todo termine. Dormir y no despertar más porque todo en los sueños es un poco más simple. Porque soñar significa no estar consciente; flotar, imaginar y no controlar tu mente y yo quiero ese estado perpetuo.
Me muero, me muero por dentro, maldita sea, y sabés qué, me importa una jodida mierda.
